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El "castillo de la discordia", como lo bautiza Jewel cuando llega a casa de su abuelo, es el escenario de esta película y el apodo incluso se queda corto. Cuatro personajes ocupan ese espacio cargado de tensión: el propio abuelo, que ha renegado de sus hijos y se siente vencido por el dolor que ello le produce; la esposa de su hijo mayor, ya muerto, una anciana que sólo vive para sacar provecho de cuanto le rodea; la hija de ésta, apocada y sin fuerzas para enfrentarse a su madre; y el ama de llaves, con quince años al servicio del abuelo, seca y sin corazón. Entre esta galería de almas encontradas emergen los brillantes ojos de Jewel, que poco a poco pondrá cada uno en su lugar.
Weber, autora también del guión, toma a los cuatro seres y, como es habitual en ella, desmenuza sus personalidades hasta la raíz de sus carencias. El cuadro expuesto tiene momentos de intensa violencia psíquica, retratada por la directora sin ambages ni subterfugios. La filmación se realizó casi totalmente en el interior de la casa, apenas con un par de secuencias en exteriores. Esta cerrazón aviva el sentimiento claustrofóbico que tiene el espectador.
Si todo el reparto saca adelante sus papeles con sobresaliente, la niña, Jane Mercer, se lleva la matrícula de honor. Aquí sería fácil objetar que a veces la película peca un tanto de redentorista, pero Weber sabe llevar la trama bordeando el abismo de la ñoñería sin caer nunca en él. Hay escenas exquisitas, como cuando el abuelo ata los lazos en las trenzas de Jewel o el episodio del doctor, que no sabe cómo hacer tomar la medicina a la niña. Un regalazo, en fin, que nos brinda esta directora que, por si aún hiciera falta resaltarlo, fue una de las figuras más destacadas del silente norteamericano.
Eddie Constanti