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El toque glamouroso del plano Lubitsch, que no es que asome mucho en esta peli, encuentra sustituto aquí en un clima de desenfreno (para una cinta americana de la época la trama en sí misma ya es un delirio), donde los convenios sociales (masculinos, por extensión) se van al garete al compás que marca un cabello rubio y una sonrisa perfecta. La insinuación y la elipsis, no teman, sí hacen acto de presencia, así que la elegancia de este director y su aparente liviandad, por mucho menage à trois que te esté endosando, permanecen intactas.
Fredric March y Gary Cooper son dos pesos pesados, nadie lo discute, pero aquí van a rebufo de un ritmo narrativo y de algunas sentencias lapidarias que a ratos les roban protagonismo (fallo de ellos ¿eh?, que no siguen el ritmo como intuyo hubiese hecho Cary Grant).
El origen de la peli es teatral, y huele un poco en ocasiones. Pero el trabajo de Lubitsch está ahí, quizás aparece con menos fuerza que en otras ocasiones, pero sirve también como perfecto sostén para el texto de Noel Coward.
Que tampoco era manco.