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Esta película no hace sino consagrar a Méliès como el auténtico mago. Primero él, luego Chomón... más tarde, Velle. Todos se plagiaban, todos soñaban con viajar por el espacio con sus lentes y sus nitratos. Cada uno a su manera.
La de Gaston Valle es un tanto peculiar. En primer lugar, el interés que le mueve es el amor, para nada el afán científico. Por lo tanto, viaja solo. En segundo lugar, nada de métodos ruidosos ni costosos. Unas surrealistas pompas de jabón bastarán. Y en tercer lugar, y sobre todo, Gaston mata a su héroe, castigándole por su insolencia. ¿Por qué? ¿Quería marcar diferencias conceptuales con sus antecesores? Puede ser. ¿Estaba el público pelín hastiado, en ese contexto histórico, de finales felices? A lo mejor. ¿Pudiera ser una fábula ejemplarizante? Quién sabe. Por muchas vueltas que le doy, no hallo conclusión ni discusión al respecto en la red. Pero el caso es que a mí me fascinó cuando la vi por primera vez, y, como es lógico (si no, no me tomaría el trabajo), me apetecería mucho que a ti te ocurriese lo mismo.
Este pionero era, cómo no, un mago alucinado con las nuevas tecnologías. Una vez más hay que lametar que la inmensa mayoría de su obra, producida entre 1903 y 1911, esté perdida. Impulsor, tras abandonar Pathé (aunque luego regresó) de los comienzos del cine en Italia.