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Graciosa la iconografía americana de Zapata a torso descubierto, ¡como si Brando fuera Steve Reeves!
Y con una señorita a sus pies pidiéndole... la reforma agraria, evidentemente.
Aunque es el ejemplo arquetípico de la incapacidad absoluta de Hollywood para entender lo que es una revolución (o la capacidad también absoluta para desacreditarla de raíz), cinematográficamente es de primer nivel.
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Prestigiosa película de Kazan. Guión del gran autor de "Las uvas de la ira", John Steinbeck. Es la biografía del inculto, bravo y popular revolucionario mexicano Emiliano Zapata. Narrativamente es irregular, dando a veces sensación de querer contar demasiado en poco tiempo, con elementes de western. Loable indiscutiblemente desde el plano exclusivamente formal y técnico-artístico, hay que considerar también que Brando resulta un tanto impávido en su papel de Zapata, mientras son Quinn y Wiseman (¿existió de verdad el odioso personaje del corresponsal arribista?) los que hacen grandes trabajos.
Película de excelente fotografía y mensaje: se puede matar a un hombre y al líder de una revolución, pero no el alma de éste para que su pueblo siga su hermosa y legítima batalla. ¡Y cuántas revoluciones se llegarían a culminar así, sino se interpusieran los inevitables quistes molestos que surjen desde dentro de ellas!. Y es que la revolución de Zapata, mientras éste vivió fue limpia, diáfana, lírica, hermosa y lograda. Lo que sus hijos hayan hecho después es otra película.
1952: 1 Oscar: mejor actor secundario (Anthony Quinn)