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Parece que después de la partida de su gran estrella, Harold Lloyd, los estudios de Hal Roach buscaron un reemplazo en varios cómicos. Uno de ellos fue el ex payaso acrobático australiano Clyde Cook, quien protagoniza esta película. Es la segunda de sus películas que he visto y, aunque presumiblemente su entrenamiento acrobático le permitía estar admirablemente a la altura de la tarea de realizar acrobacias como las de Lloyd en la pantalla, no proyectaba mucho de su propio carácter. Su rostro esquelético y sus ojos expresivos lo hacían parecer demasiado -o demasiado poco- personal.
Este corto carece de una trama coherente y presenta a Cook interpretando a un cocinero para un grupo de constructores de puentes que acampan cerca de un ermitaño cuya hija se ha enamorado. En una película tan informe, uno podría esperar que un grupo de gags creativos la compensara, pero aquí, aunque algunas de los gags son bastante buenos (como pescar peces con papel para moscas), están demasiado aislados. Stan Laurel es el director y no lo culpo por esto tanto como a los guionistas que deberían haber sido responsables. La mayoría de los gags son de naturaleza bastante surrealista e imposible. Oliver Hardy también está en la trama, colaborando con su futuro socio, Stan Laurel, aunque ambos no están en la pantalla; y una vez más demuestra ser un actor cómico más sutil por órdenes de magnitud que cualquier otra persona a su alrededor. El gag más divertido de la película sólo funciona por las expresiones faciales de Hardy. No diremos más.