Sinopsis
En “Zhertva vechernyaya”, la figura del testigo mudo de la Historia, tan frecuente en la cinematografía de Aleksandr Sokurov, se transforma en el oficiante de una liturgia en proceso de desintegración. La celebración del Primero de Mayo, el día del trabajador, permite al cineasta acercarse a los rescoldos de una épica sovietica cuyo mayor exponente fuera Eisenstein. En lugar de conciliar el protagonismo sobre un héroe colectivo, como el Vakulinchuk de “El acorazado Potemkin”, y contraponerlo a un coro de protagonistas, Sokurov entrevera su mirada con la de la multitud y articula una estructura orgánica, deteniéndose ora en el frenesí de un hombre que grita y se contorsiona, ora en los casquillos humeantes de las salvas disparadas para conmemorar la festividad. Tras sucesivos alejamientos marcados por algunos planos generales picados, la imagen ralentizada del rostro de una mujer que cierra la pieza es también el colofón silencioso de una serie de sonidos, murmullos y músicas sobre las que ha ido ganando terreno el plano sonoro de un cántico ortodoxo, de una oración de arrepentimiento que desmenuza las fronteras entre el acto público y privado, entre lo laico y la liturgia: “Permite, Oh Señor, que mi canto sea como incienso ante Ti, como mis manos alzadas, un sacrificio vespertino”.