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Aunque aquí en clave de humor, el tema principal de este corto es habitual en el cine de Naruse: el choque generacional entre padres e hijos, la mitificación que suele hacer el hijo de su progenitor y el desplome de la misma cuando se comprueba que el padre no es más que un mortal como cualquier otro, con sus virtudes y defectos.
En este caso, el hijo se siente defraudado al ver a su padre, un vendedor de seguros, enzarzarse en una ridícula pelea con un colega suyo de otra compañía, con objeto de vender un seguro a una vecina. El escenario, por otra parte, está situado en un suburbio de la gran ciudad, con grandes y desolados descampados, sin personalidad alguna, algo que agudiza la idea de pobreza que preside el lugar.
A pesar de la interpretación algo caricaturesca del personaje del padre, el corto ya contiene algunos elementos propios del estilo de Naruse y esconde un ácido reproche a la precariedad que vivía la población japonesa en esa época. Un buen "entremés" para los "festines" que nos proporcionaría el director algo más tarde.
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Mikio Naruse nació en 1905 y murió en 1969. Con quince años empezó a trabajar en los estudios Sochiku para empaparse de las técnicas de la industria desde los puestos más modestos. Así, unos años más tarde, cuando se decidió a filmar, sabía muy bien el terreno que pisaba. Realizó veinticuatro películas silentes, la mayoría de las cuales se han perdido. Al pasar al sonoro, su nombre se fue afianzando hasta culminar en una última etapa con filmes redondos en todos los sentidos.
Autor de temas centrados en el género tragicómico (shomingeki), en este aspecto su cine se hermana con el de Yasujiro Ozu, a quien más adelante dedicaremos también un ciclo desde este foro. La eterna discusión (inútil, bajo nuestro punto de vista), es tratar de comparar la obra de Naruse con la de los otros tres gigantes del cine japonés:
Ozu, Mizoguchi y Kurosawa. Cada uno tenía su estilo determinado y nunca uno fue mejor o peor que otro. Sin embargo, Naruse siempre ha salido perdiendo en estos "confrontamientos". A la sombra de sus colegas más divulgados, el cine de Naruse ha permanecido poco conocido hasta que iniciativas como la del Festival de San Sebastián, en 1998, con una retrospectiva que aún se recuerda por sus excelencias, le acercaron al público más entendido, pero también al más popular.
Personalmente, y aquí debo pedir disculpas por mi posicionamiento, el cine de Ozu y el de Naruse no tienen parangón. Admiro a Mizoguchi porque es de ley hacerlo; a Kurosawa me cuesta más asimilarlo, sobre todo cuando los samuráis entran en sus películas (una vez le dije a alguien que mi película preferida de Kurosawa era "Ikiru"/Vivir y me respondió que era la peor suya...). Y de Hiroshi Shimizu hablaremos otro día, porque hoy "no toca" (pero su cine con niños es una maravilla).
Es "fácil" entrar en el cine de Naruse. Sus personajes son claramente identificables por cualquier habitante de cualquier país, rompiendo así el mito de la "rareza" de los temas y las obras de la cinematografía japonesa. Naruse también es el "director oriental" de las mujeres, como lo fue Cukor en la semiesfera occidental. Pocas veces una intérprete habrá transferido tantas emociones desde la pantalla como lo han hecho las docenas de Setsuko Hara o Hideko Takamine que han circulado por las realizaciones narusianas.